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Páginas selectas #2

Hay que convenir en que el matrimonio es una decisión cuya importancia primordial no ofrece duda. Ahora bien, esta decisión no se adopta súbitamente al final del noviazgo en un momento en que el amor ha dispuesto ya de todo. Esta libre decisión que es el matrimonio forma cuerpo con el amor. El amor, por muy espontáneo que se muestre, debe ser libre para ser verdaderamente humano. Libre como la decisión en la cual encuentra su resultado, y que imprime sobre él el sello de la indisolubilidad matrimonial. Ahora bien, de no estar el mundo al revés, la libertad va unida a la razón. Por consiguiente, sólo en la medida en que la razón sea admitida a juzgar el amor, o mejor dicho, a fecundarlo, será éste realmente libre y plenamente humano.

Kierkegaard lo comprendió al juzgar con lucidez el problema de las relaciones amor-razón-espontaneidad en estos términos, henchidos de tan hondo valor: «La dificultad consiste en que el amor y la inclinación amorosa son completamente espontáneos, y el matrimonio es una decisión. Sin embargo, la inclinación amorosa debe ser asumida por el matrimonio o por la decisión: querer casarse quiere decir que lo que hay de más espontáneo debe al mismo tiempo ser la decisión más libre, y lo que origina la espontaneidad debe al mismo tiempo efectuarse en virtud de una reflexión, y de una reflexión tan esmerada que de ella provenga una decisión. Además, una de estas cosas no debe seguir a la otra: la decisión no debe llegar por detrás a paso de lobo; sino que todo ello debe realizarse simultáneamente, ambas cosas deben encontrarse reunidas en el momento del desenlace»*.

El amor debe, pues, acoger a la razón, cuyo papel no consistirá aquí, como se teme con harta frecuencia, en estorbar la espontaneidad para conducir a un amor dirigido; la razón no interviene en el amor más que para comprobar la naturaleza de esta espontaneidad tan característica, y a la vez tan inexplicable, que lanza a dos seres el uno hacia el otro, ligándoles con una fascinación recíproca. Si esta espontaneidad descansa sobre brillantes falsos, sobre imitaciones de riqueza, la razón ciertamente la reprobará negando el nombre de amor a lo que no es en realidad más que un capricho. Pero sí esta espontaneidad tiene su origen en una riqueza interior auténtica, si ese impulso no es la expresión falaz de un egoísmo henchido de deseo explosivo, si aporta con ella la evidente generosidad que es su única garantía verdadera, entonces la razón no podrá sino reconocerla, y luego aprobarla con alegría y entusiasmo. En estas condiciones, la razón se convertirá en la servidora, en la guardiana y en la protectora del amor.

La cita es del libro NOVIAZGO Y FELICIDAD, de Paul-Eugène Charbonneau, Cap. IV “VUESTRO AMOR, 6. Hacer intervenir la razón en el amor, (pág 100-101)

* SOEREN KIERKEGAARD, Étapes sur le chemin de la vie, Gallimard, Paris 1948, p. 88.

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