Teresa está feliz. Sin embargo, cuando cierra la puerta de Loreto House tras de sí y se encuentra sola en la calle, la invade la congoja. Nadie repara en sus lágrimas. Respira hondo y empieza a caminar hacia la iglesia de Santa Teresa, donde tiene previsto asistir a misa. Ahí, sin más compañía que la de una valija chica y cinco rupias, la ve llegar el párroco, vestida por primera vez con un humilde sari blanco de algodón. Si va a vivir entre los pobres, ella también debe ser pobre. Y de sus labios brota una oración:
– ¡Tú, Dios mío! ¡Nadie más que tú! Tengo fe en tu llamada y en tu inspiración. Estoy segura de que no me abandonarás jamás. Ayúdame a serte fiel1.
Al salir de la iglesia, las calles ya están llenas de gente que corre acalorada entre los puestos del mercado, los tranvías, las vacas sagradas … Abriéndose paso entre el tumulto, Teresa se encamina hacia un barrio que conoce bien: Moti Jihl. Lo primero que necesita es encontrar un lugar donde recibir a los enfermos y lisiados. Camina sin parar, hasta desfallecer. La tarea no es sencilla y la joven monja se encuentra sola. Teresa no puede evitar que la preocupación la embargue por unos momentos:
-Dios mío, no tengo a dónde ir. Ya no tengo casa, ni familia, ni … Dios mío, ¡ayúdame! ¿Obré bien o esto no es más que una locura? … -exclama en su interior mientras la asalta el recuerdo de la seguridad material que disfrutaba en Loreto.
Ahora entiende de verdad lo que es no tener nada, el agotamiento de los pobres, siempre en tránsito por la pobreza, buscando un poco de alimento, sin hogar … Pero este pensamiento negativo no dura más que unos segundos, Teresa se yergue con valentía, mira a su alrededor, y reza:
-Dios mío, por libre decisión y con el único apoyo de tu amor, quiero permanecer acá y cumplir tu voluntad. No quiero dar marcha atrás. Mi comunidad son los pobres. Su seguridad es la mía. Su salud es mi salud. Mi hogar es el hogar de los pobres. Pero no de los pobres a secas, sino de los más pobres entre los pobres. De aquellos a quienes uno trata de no acercarse por temor al contagio, a ensuciarse, o porque están cubiertos de microbios y de enfermedades. De aquellos que no acuden a rezar a las iglesias porque no tienen vestidos para ponerse encima. De aquellos que no comen porque han perdido las fuerzas. De aquellos que se derrumban por las calles, sabiendo que se van a morir, mientras los vivos caminan a su lado con indiferencia. De aquellos que ya no son capaces de llorar, porque se les han agotado las lágrimas2.
Ni bien reemprende la marcha, un hombre se interpone en su camino, tendiéndole la mano.
-Deme algo, hermana. Hace días que no como nada. Mis hijos van a morir de hambre… Deme algo, por favor…
Teresa no lo duda ni un momento, saca el poco dinero que lleva encima y da a aquel pobre cuatro de las cinco rupias que tiene, mientras piensa: «Conservaré una rupia, al menos, para comprar algo de comida».
Sin embargo, Dios tiene otros planes: también aquella moneda está destinada a desaparecer. Y sucede a los pocos metros, cuando un sacerdote se acerca a ella agitando una caja de latón que parece estar llena de monedas:
-Hermana, ¿no tendrá usted un donativo para la prensa católica?
Teresa duda un momento. Si le da la rupia que le queda se encontrará sin nada.
-Está bien, padre, le doy lo último que me queda. No tengo más que una rupia, lo siento.
-Dios se lo pague, hermana, pero si no tiene nada más que una rupia, no la aceptaré.
-Si la aceptará. Se la doy con mucho gusto. Estoy en las manos de Dios, Él cuidará de mí.
-El sacerdote se desconcierta, pero ante la seguridad que muestra Teresa, no se atreve a contradecirla.
-Hermana –le pregunta- ¿a qué orden pertenece usted? No reconozco su hábito…
-Soy misionera, papá, simplemente eso. Trabajo en el barrio de Moti Jihl.
-¿En Moti Jihl? -pregunta sorprendido el sacerdote-. Lo conozco, y tampoco ignoro la pobreza de sus habitantes. Tendrá usted ahí mucho trabajo…
-Sí, padre.
-Iré a visitarla algún día.
Y el sacerdote la deja, acercándose a otro grupo de personas.
Bueno -piensa Teresa cuando se ha ido-, ahora sí que no me queda nada. Tú verás lo que haces, Dios mío».
Y, efectivamente, Dios se encargará de todo. Aquella misma tarde tiene lugar un extraño suceso. Aquel sacerdote se presenta en Moti Jihl. Trae con él un sobre cerrado que entrega a Teresa.
-Alguien me lo dio para usted, hermana. Había oído hablar de sus proyectos y los quiere apoyar. Le confieso que al principio no me di cuenta de que se trataba de usted pero, cuando me dijo que era para una monja vestida con un sari blanco, enseguida até los cabos sueltos. Acá tiene hermana, seguro que le van a venir muy bien…
-Pero ¿Cómo es posible? -pregunta extrañada Teresa-. Alguien que conoce «mis proyectos» …
-No sé, hermana. Quizá sea un milagro – apunta con naturalidad el clérigo.
Cuando Teresa abre el sobre, encuentra cincuenta rupias. Es la primera muestra de que Dios empieza a bendecir su obra y de que ya no la abandonará jamás.
1. José Luis González-Balado, El sari y la cruz (Ediciones Paulinas, Madrid, 1987)
2. Ibidem
La cita es del libro TERESA DE CALCUTA. La madre de los más pobres, de María Fernández de Córdova, Cap. 11 “En la calle con cinco rupias”, (Pág. 62-66)