Se cumplen en estos días ochenta años de la publicación de El Principito. Nuestro anhelo es que los lectores de este Comentario puedan constatar que la oxidada polea que saca agua del pozo del desierto sigue susurrando su inefable melodía: es la Canción de la roldana. También ella cumple ochenta y canta como en su más fresca juventud. Hay deleitosa hermosura en su añosa melodía, que recrea y enamora; que cautiva y alivia.

La Canción de la roldana atraviesa por completo la obra que comentaremos. Se trata de un pedal de fondo; una música secreta generada por ese tenaz y paciente subir y bajar del alma, sacando Agua Viva desde el hondón del Origen aún encantado al brocal de nuestra sed. Cuando despiertan los pozos interiores, comienza esta música. El Principito entona esta canción en mil registros, casi
siempre en forma de susurro suave y delicado. Este Príncipe pequeño es nuestro Nuevo Orfeo que sabe cómo apaciguar y domesticar todo lo que está mal en nuestra vida. No lo hace vociferando críticas y correcciones: lo hace por encantamiento, susurrando su melodía. Es “la Canción de la Roldana” y vale la pena aprender a cantarla para alivio de los tiempos difíciles.