“Pero también contrasta con un cierto cristianismo de nuestros días que se reduce a un certificado de bautismo o casamiento, unas cuantas oraciones y la presencia obligada en alguna Misa. En este contexto, la palabra devoción ha perdido la fuerza que tenía en la antigüedad. Parece tener un sentido minimizado, peyorativo y sólo denominar una serie de prácticas piadosas. Cuando en realidad se trata de una virtud que templa el alma y hace, según Santo Tomás, “la voluntad pronta para entregarse a las cosas que pertenecen al servicio de Dios”. Lo cual supone y engendra una vida centrada en Dios, teologal, vertebrada por la fe, la esperanza y la caridad.

Hay en este camino una doble ley de la vida espiritual: cuanto más crece, más se interioriza y se simplifica. La interioridad consiste en que todos nuestros actos exteriores sean una manifestación de la actividad que se da en lo más íntimo del corazón, operaciones que los santos dicen situarse en el centro o la cima del alma. La simplicidad hace que las múltiples devociones que nos ha legado la tradición (al Sagrado Corazón, a los dolores de María, a los ángeles) se vean cada vez más bajo esa única y desbordante luz de la simplicísima Trinidad, fruto y fin de toda nuestra vida.” (Introducción)