Avanza el verano. Un día, a finales de julio o principios de agosto, han regresado con el rebaño para pasar la hora de más calor en el huerto del padre de Lucia. Juegan a la sombra de los árboles que rodean el pozo. De repente, sin ningún aviso, advierten que el ángel está ante ellos.
– ¿Qué hacéis?… ¡Rezad, rezad mucho! Los Sagrados Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente a Dios oraciones y
sacrificios.
– ¿Cómo haremos sacrificios? -pregunta Lucia.
– Ofreced un sacrificio de todo lo que podáis, para reparar por los pecados con los que el Señor es ofendido y como suplica por la conversión de los pecadores. Atraed así la paz sobre vuestra patria. Yo soy su ángel custodio, el ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad los sufrimientos que el Señor os envíe.
Ésta es la primera vez que Lucia le habla al ángel. Francisco lo ha advertido.
-Tú hablaste con el ángel; ¿qué fue lo que te dijo?
-No oíste?
-No. Vi que hablaba contigo; oí lo que tú le decías, pero lo que él te dijo no lo sé.
Como en la anterior aparición, el mensaje se les graba intensamente. Comprenden quién es Dios, cómo los ama y el valor del sacrificio reparador. Desde ese momento buscan oportunidades para hacer sacrificios. El preferido es permanecer largos ratos de rodillas y con la frente en tierra rezando la oración del ángel.
La cita es del libro LUCIA, FRANCISCO Y JACINTA. LOS PASTORCITOS DE FÁTIMA, de Miguel Alvarez, Cap. 2, «El ángel de la paz». (Pág. 22-23)