Hay en general una idea parcializada sobre Santo Tomás de Aquino, incluso en aquellos que lo conocen “más o menos”; pareciera que su obra más importante es la más famosa, la Suma Teológica, que su aporte más importante fue “la intelectualidad católica”, que su rasgo más destacado fue “la gordura’. Pero en este libro que tienes en tus manos encontraremos aspectos realmente más importantes de la vida y de la herencia de nuestro Santo: la santidad.

Quizás podríamos entrever la grandeza teológica de Santo Tomás en un artículo de su Suma Teológica, Ia. pars, Q. 1, a. 6°, donde sin quererlo se describe a sí mismo: si la Sagrada Doctrina es sabiduría; a lo cual responde: “esta doctrina es máximamente sabiduría entre todas las sabidurías humanas, no sólo en algún tipo de conocimiento determinado, sino totalmente. Porque, por lo mismo que pertenece al sabio ordenar y juzgar, y que las cosas inferiores se juzgan según una causa más alta, se llama sabio en cada género a aquel que considera la causa altísima de ese género […] Se llama máximamente sabio al que considera absolutamente la causa altísima de todo el universo, que es Dios […]. Por consiguiente, la ciencia sagrada máximamente debe llamarse sabiduría.”

Pero además, Santo Tomás alcanzó esta sabiduría divina por dos caminos: por connaturalidad y por estudio: (ad. 3m.) “La primera manera de juzgar de las cosas divinas pertenece a la sabiduría llamada ‘don del Espíritu Santo’, según el Apóstol (I Cor. 2,15): El hombre espiritual juzga todas las cosas; y Dionisio dice en De div. Nom. c.2, 9: Es sabio Hieroteo no sólo Aprendiendo, sino también experimentando (patiens) lo divino.

La segunda manera de juzgar pertenece a la ciencia sagrada en cuanto se adquiere por el estudio, aunque sus principios se tienen por la revelación”.

Entremos, en la medida en que se nos muestre (y que nos dé el cuero), en el secreto del “más sabio de los santos y el más santo de los sabios”.

Athanasius