«La razón suprema de nuestra alegría es la Resurrección de Cristo.

Y sin embargo, Cristo Resucitado, no hace más que repetir a sus apóstoles, que en todo ven fantasmas, la misma consigna tranquilizadora:

– No os asustéis: soy Yo. No tengáis miedo.

Cristo Resucitado formula a los dos discípulos desengañados que huyen a Emaús la más bella pregunta que Dios ha hecho a los hombres:

– ¿Por qué estáis tristes?

Cristo es la Alegría de la humanidad.

Sólo por poder oírle esta pregunta, merecía la pena que Dios se hubiera hecho hombre: ¿por qué estáis tristes?»

El mundo está triste y angustiado. Se refugia en el materialismo, la violencia, la sexualidad, el erotismo y la droga. Y aumenta su tristeza y su angustia. También la Iglesia está triste. Dividida y triste. En la izquierda y en la derecha. Unos, la izquierda, tratan de disimularlo, en una efervescencia organizadora y agresiva. Otros, la derecha, lo demuestran sin rebozo en sus quejas y lamentaciones. Y un cristiano en la Iglesia no puede estar triste. Tiene obligación de ser alegre. Si no lo es, algo falla en la mecánica vital de su fe. El cristiano tiene que dar ante el mundo testimonio de alegría. Hoy, no lo da.