Para lograr que Dios nos revele su voluntad a través de sus inspiraciones, es necesario empezar por obedecer a los deseos de Dios que ya conocemos. Esto tiene varios campos de aplicación.
Como anteriormente hemos dicho, cada fidelidad a la gracia atrae nuevas gracias, siempre más abundantes. Si estamos atentos a obedecer a las mociones del Espíritu, éstas serán más numerosas. Y por el contrario, si somos negligentes, correrán el riesgo de hacerse más escasas. «Al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene» (Lc 19, 26), dice Jesús. Ese es ya un primer principio. Para obtener más inspiraciones, hay que empezar por obedecer a las que recibimos.
Es evidente que Dios nos gratificará con nuevas inspiraciones siempre que nos vea más fieles en el cumplimiento de su voluntad cuando ésta se nos manifiesta por otras vías: los mandamientos, nuestros deberes de estado, etcetera. Conocemos múltiples expresiones de la voluntad de Dios sin necesidad de que sean inspiraciones especiales: la voluntad de Dios se nos da a conocer, de modo general, por medio de los mandamientos, de la Escritura, las enseñanzas de la Iglesia, de las exigencias propias de nuestra vocación, de nuestra vida profesional, etcétera.
Si en nosotros existe un deseo sincero de fidelidad en todos esos ámbitos, el Espíritu de Dios nos favorecerá con más mociones. Si somos negligentes en nuestros deberes habituales, por muchas inspiraciones particulares que pidamos a Dios, pocas posibilidades tendremos de que nos escuche…
No olvidemos tampoco el aceptar por amor de Dios todas las ocasiones legítimas que se nos ofrecen para vivir la obediencia en el terreno de la vida comunitaria, familiar o social. Ciertamente, hay que obedecer a Dios más que a los hombres, pero es ilusorio creernos capaces de obedecer a Dios cuando somos incapaces de obedecer a los hombres. En ambos casos, hay que superar los mismos obstáculos: el apego a nosotros mismos, a nuestra propia voluntad. El que sólo obedece a las personas si ello le complace, se hace muy dulces ilusiones en cuanto a su capacidad de obedecer al Espíritu Santo. Si no estoy dispuesto a renunciar nunca a mi propia voluntad (mis ideas, mis gustos, mis aficiones…) frente a los hombres, ¿qué me garantiza que seré capaz de ello cuando me lo pida Dios?
La cita es del libro En la escuela del Espíritu Santo, de Jacques Philippe, Segunda Parte, 4. Vivir una obediencia filial y confiada, pág. 30-31.