El mismo Gilson nos da la clave de lo experimentado cuando nos recuerda que de un libro se aprende, por una sencilla razón: el libro y su autor son nuestros maestros; en su encuentro hay enseñanza, por cuanto hay un maestro que es otro distinto que el alumno. Precisamente, lo esencial para la enseñanza echa raíces en esta relación personal entre dos seres humanos distintos, dado que hombre alguno es su propio maestro en ningún aspecto de su vida humana. Y aunque no pueda pensar por nosotros, si en verdad lo es, no obstante, el maestro de seguro nos ayudará a pensar por nosotros mismos. Tal su tarea. Sin tregua y sin pausa en su particular caso, habiéndosela con una enorme variedad temática que amorosamente laborara acrisolada con orfebre maestría.

Adentrarse en sus textos es la invitación a convertirse compañero en un diálogo siempre afable, pero por ello no menos firme y cuanto más lúcido mejor, con cada uno y todos los queridos personajes espigados de sus incansables andanzas por la historia, rasgo inequívoco de quien se toma en serio no sólo al oponente y en razón máxima de la cuestión en debate, siempre, ineludiblemente, la verdad, sino balanceando cada palabra vertida procedente de quien sea, dirimiendo la causa del error o equívoco cuando cabe, realizado sin embargo con una potencia amorosa tal que amarra el corazón lector, afiliado así en el aprecio indiscutible de cada esfuerzo especulativo asumido del hermano por Amor del Hermano Unigénito del Padre.

Lic. Patricia Carolina Pérez de Catalán