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EL DIVINO IGNORADO. Sobre el Espíritu Santo

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Tratado de principio del siglo XX sobre el Espíritu Santo y sus siete dones, escrito por el prolífico Obispo de Dijón, Francia, Mons. Maurice Landrieux.

Esta es la única traducción a la lengua castellana llevada a cabo por el profesor Oscar Roqué Garzón.

Dada la importancia de este libro, trascribimos el prólogo completo, por su brevedad y porque deja entrever lo sustancioso de la obra.

PRÓLOGO

“Cuesta comprender que antiguamente, durante tantos siglos, Dios «Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra», haya podido ser desconocido, como lo fue, para la casi totalidad del género humano.
Y cuando se aproximó a través de la Encarnación, al punto de que el Verbo hecho hombre habitó entre nosotros, en Judea, único rincón del mundo que la idolatría no había contaminado por completo, islote de fe perdido en el océano del paganismo, resulta inexplicable que los judíos, aunque advertidos, hayan desconocido a Jesucristo, como lo hicieron.
Y cuando, en un supremo don de amor, Jesús se las arregló para establecer su presencia real, permanente, en todos lados a la vez, cuando nosotros lo tenemos a nuestro alcance, a mano, como se dice, tampoco hay mayor explicación de que siga siendo ignorado en la Eucaristía, tal como en Nazaret, por tantos bautizados que pasan como estupidizados delante del tabernáculo, sin un gesto, un sentimiento, un pensamiento, una oración.
¿Es más concebible, acaso, que en los tiempos modernos, en plena civilización cristiana, el Espíritu Santo, que es el alma vivificante de la Iglesia, su principio de acción, su calor, su fuerza, su luz, que la mueve, la inspira y la dirige; es más concebible que el Espíritu Santo, que vive en nosotros, de hecho, por la gracia santificante, puesto que se identifica prácticamente con ella, sea siempre el ‘Gran Ignorado’, no sólo por aquellos que no conocen la Eucaristía, ni siquiera por los católicos inconsecuentes que creen y que se abstienen, sino por los que comulgan frecuentemente?
Quizás la verdad nos obligue a ir más lejos. ¿Es seguro que el recinto de los conventos no resulta todavía demasiado vasto para delimitar el círculo de los devotos del Espíritu Santo?
Sin duda que no es el desconocido, sino el olvidado: no se piensa en Él.
Seguro que no cabría la respuesta que los neófitos de Éfeso dieron a San Pablo, quien les hablaba del Espíritu Santo: «No sabíamos que hubiera un Espíritu Santo, sed neque si Spiritus Sanctus est, audivimus» (Act., XIX, 2). Tenemos la fe en el Espíritu Santo, «credo in Spiritum Sanctum», pero una fe vaga y nebulosa; y si el nombre suena a familiar, no dice gran cosa a la inteligencia ni al corazón.
¿Dios Padre?… ¿Dios Hijo?… Sí. Detrás de estas palabras, hay una idea concreta, precisa. Pero el Espíritu Santo queda perdido en un lejano y nebuloso misterio.
Existe, sí, el sacramento de la Confirmación, que ha detenido un momento la atención, la reflexión, con mayor intensidad, en la Tercera Persona de la Santísima Trinidad; pero desgraciadamente no se le atribuye la debida importancia; impresiona menos que la Eucaristía. En cuanto a los dones del Espíritu Santo, si la memoria, tiempo atrás, supo alinearlos, jamás se tuvo de ellos una noción bien precisa.
No es pues inútil insistir un poco, meditar, no tan de paso, en el Espíritu Santo, y estudiar más a fondo esos recursos especiales de vida sobrenatural que son puestos a nuestra disposición por medio de la Confirmación.”

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Información adicional

Peso 0,15 kg
Dimensiones 21 × 15 cm
Autor

Editorial

Alfa

ISBN

sn

Páginas

159

Formato

Rustica con solapas