Los lectores de habla hispana asiduos de Gilson teníamos una deuda para con esta obra que, hasta ahora, era la única de las grandes que no contaba con una traducción al español. El compromiso era tanto más importante si además tenemos en cuenta que se trata de un estudio sobre San Agustín. Como el mismo Gilson lo señala, con Agustín estamos asistiendo a la inauguración tanto de la filosofía cristiana como de la teología, y a este respecto, para los que estamos acostumbrados a la precisión de Gilson, era fundamental hacernos con lo que él pensaba acerca de este teólogo, de alguna manera, el referente de todos los que después de él entrarán en el catálogo de grandes autores cristianos. En este sentido, Agustín forma parte los Padres más estudiados, y quizás podríamos decir que, junto con Santo Tomás, aquellos sobre los cuales más se ha escrito y dicho a lo largo de la historia. El material es tan vasto que hoy resulta imposible abarcarlo. ¿Por qué entonces la necesitad de Gilson? Por la confianza que nos inspira. (…)

Para no agobiarnos con tantas idas y vueltas, Gilson hace el trabajo por nosotros, deja en un segundo plano la enorme cantidad de variaciones que se pueden coleccionar y nos presenta lo que es constante en la doctrina de Agustín; y sólo cuando es sumamente necesario, introduce se propio pensamiento, que no es más que la luz de Santo Tomás, que ilumina y leva a su plenitud lo que está presente en germen en este Padre de la teología.

Por lo demás, quizás haya que prestar más atención al título de esta obra de lo que usualmente se supone. No se trata ni de «Introducción a la filosofía» como en el caso de las obras que escribió sobre Santo Tomás y San Buenaventura, ni de una «Teología mística» como hizo con San Bernardo. Tampoco es un estudio de las «posiciones fundamentales» como en Escoto.

Tan sólo es una «Introducción al estudio». La diferencia no es menor, pues, en primer lugar, nos advierte que no podemos esperar aquí una filosofía que impregne la teología al modo, por ejemplo, de Santo Tomás. Tampoco se trata de una ausencia prácticamente de la misma, como en San Bernardo; existe evidentemente en Agustín una relación entre la fe y la razón pero al estilo muy propio de San Agustín, y es justamente este lo que el título intenta adelantar. Pero hay más. La sencillez de la palabra «estudio» es también una imitación de la actitud que San Agustín tuvo para con sus lectores y que ahora Gilson en este libro intenta reproducir con nosotros: «Calla demasiado pronto para nuestro gusto -nos refiere Gilson-, pero es para dejarnos la palabra». Para quien quiera, pues, comprender a San Agustín, nada mejor que una introducción a su estudio; es decir, algo que pueda ponernos en el camino de la investigación para que luego cada uno pueda, con su propio esfuerzo, hacer suyo este particular pensamiento.

Pablo Pavone (Fragmento del PRÓLOGO A LA PRIMERA TRADUCCIÓN EN ESPAÑOL)