Cuando Cicerón define la filosofía como «cultura del alma», es para responder a una objeción de su interlocutor. Según este, no se puede elogiar la filosofía, porque «sus maestros más hábiles no son siempre personas honestas». Gracias a la analogía agrícola, Cicerón puede responder de dos modos. Por una parte, en la cultura no basta sembrar, también es necesario disponer de una buena tierra, porque el mejor grano no puede crecer en un campo árido. Es una indicación que va a volver a aparecer en la parábola del sembrador. Por otra parte, filosofar no es llenarse la cabeza, sino cultivar la propia alma para que rinda, igual que se dice de una buena tierra que rinde. En definitiva, se trata de una operación inmanente. A este propósito, el llamado «mundo de la cultura» es lo contrario de la verdadera cultura, porque esta no se completa en la acumulación de obras de arte y de tardes mundanas, sino en el despliegue de la naturaleza humana, en el cuidado del alma, en la preocupación por las personas, para que crezcan y den fruto.
Está a la vista de todos que el «mundo de la cultura» moderno se encuentra exactamente en las antípodas de este cuidado: es una diversión inmensa, una fuga ante el duro trabajo de cultivarse. La cultura entraña la necesidad de remover la tierra de nuestro espíritu, arrancarle las malas hierbas, quitar la madera muerta, limpiar, podar y orientar las ramas hacia una mejor recepción de la luz solar, cortar implacablemente los brotes de flores en el árbol joven, para priorizar los brotes del tronco, y cortar los brotes de madera del viejo árbol para priorizar los brotes de la flor.
La cita es del libro POR QUÉ DAR LA VIDA A UN MORTAL, de Fabrice Hadjadj; Cap 1. CRISIS Y CULTURA. REFLEXIONES SOBRE EL ESPÍRITU DE LA MATERIA. Editorial: Rialp