Muchísimo daño nos ocasionaron -amadísimos hermanos- un hombre y una mujer, pero -a Dios gracias- por otro hombre y por otra mujer, todo quedó igualmente restaurado y con gran cúmulo de privilegios, por cuanto no hay proporción entre el don y el delito, sino que la magnitud del beneficio excede con mucho al daño ocasionado. De este modo el prudentísimo artífice no quebrantó el vaso hendido, sino más bien prefirió rehacerlo de nuevo, esto es, plasmando un nuevo Adán del viejo, al par que transformando a Eva en María.
Aunque en realidad podía bastarnos Cristo, porque en la presente economía toda nuestra suficiencia procede de él, sin embargo, era mucho mejor para nosotros que el hombre no estuviera solo, antes era mucho más conveniente que, habiendo contribuido uno y otro sexo a la caída, contribuyeran ambos a nuestra reparación. Jesucristo en su humanidad es, sin duda alguna, un fiel y poderoso mediador entre Dios y los hombres (1Tim 2, 5), pero su majestad divina puede infundir temor a los hombres; la humanidad parece absorbida por la divinidad, no en el sentido de que cambie de esencia, sino en cuanto que sus efectos quedan divinizados. En él no se ensalza sola la misericordia, sino que se canta igualmente su justicia; porque si aprendió a obedecer y ser misericordioso a base de sufrimientos, posee igualmente el poder de juzgar. En una palabra, Nuestro Dios es un fuego devorador (Hb 12, 29). Si la cera se derrite junto al fuego, ¿qué extraño es que el pecador tema correr la misma suerte en la presencia de Dios?
En consecuencia, ya no parecerá superflua la mujer bendita entre todas las mujeres, por cuanto en esta reconciliación tiene un lugar perfectamente señalado. Necesitando tener un mediador para llegar a este Mediador, imposible encontrar otro más eficaz que María. Eva fue demasiado cruel; por ella la serpiente antigua inoculó el veneno mortal en el varón, pero María, la fiel, nos facilitó el antídoto de la salud a hombres y mujeres; aquélla fue cómplice del engaño; ésta del perdón; aquélla incitó a la rebelión, ésta introdujo la redención.
¿Por qué tiembla acercarse a María la fragilidad humana? En ella no hay nada severo, nada amenazador: es todo suavidad, a todos ofrece leche y lana. Repasa atentamente todo el Evangelio, y si hallas en María una sola palabra de reproche, de aspereza, o el menor gesto de indignación, en tal caso tenla en adelante por sospechosa y rehúsa acercarte a ella. Pero si -como te va a ocurrir- compruebas que todas sus actitudes rebosan bondad y gracia, mansedumbre y misericordia, da gracias a aquel Señor por habernos proporcionado en su infinita bondad una mediadora en la que no hay nada que infunda temor.
La cita es del libro MARÍA EN SAN BERNARDO. PENSAMIENTOS SELECTOS, de San Bernardo. 35. MEDIANERA ANTE CRISTO, pág. 121-122. Editorial: Monte Carmelo