Las historias tenían que parecer verdaderas, ser creíbles, aunque tratasen de seres que no habían existido. Y, a medida que se desarrollaban, se podía ver en ellas el profundo sentido de la religión que Tolkien tenia. En la Tierra Media no aparece el nombre de Dios, pero su presencia se siente en cada página. Como católico que vivía con coherencia su fe, John Ronald creó un mundo de leyendas e historias donde los personajes conocen y adoran a Ilúvatar, o bien se niegan a obedecerle y combaten contra él. Las historias de los elfos y los hombres, de los enanos, magos, orcos, ents y hobbits, ponen de manifiesto que la mente que había escrito esos libros era profundamente cristiana. Como todo cuento bien narrado, contenían una moral, pero no eran una alegoría del mundo real y, mucho menos, una defensa intencionada de la fe. Al contrario, se parecían más a un espejo en el que se podía ver reflejada la vida de cada día, para encontrar un sentido a lo que ocurre en la realidad. Sobre el modo en que esas historias se desarrollaron, Tolkien escribió:
«Surgieron en mi mente como cosas “dadas”, y se vinculaban entre sí a medida que iban llegando. No obstante, siempre tuve la sensación de registrar algo que ya estaba “allí”, jamás la de inventar.»
La cita es del libro EL MAGO DE LAS PALABRAS, de Eduardo Segura. Cap. 4. «El libro de los cuentos perdidos (1914-1930)». (Pág. 58)